efímera libertad
No vengas descalzo. Eso le decían a uno de mis pies cuando se libraba de su correspondiente zapato. No era una orden pero si una norma. Las ordenes se acatan pero las normas se respetan. Mi pobre pie se avergonzaba al principio, notando su desnudez. Pero luego de unos momentos, sinitiendo las primeras caricias del sol, se olvidaba del formalismo y disfrutaba su momento de libertad. En tibias mañanas el contacto de la planta del pie con la cerámica fría es adorable. Los dedos, moviéndose al compás del talón, se volvían a ver después de tanto tiempo de penumbra. El dedo gordo, tocando el suelo con pesadez, los tres del medio balanceándose al unísono y el meñique agitándose a los lados.
Unos cuantos instantes de libertad. Efímera libertad hasta que los cubre una capucha y los encierran en un ataúd.
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