Bon Voyage
Rappeneau nos dice que en la época en la que la historia se situa, él era un niño que no comprendía porqué los adultos se comportaban de manera extraña. Estaban un poco locos, dice.
Probablemente tiene razón. Qué otra locura puede ser mayor?
Pero en medio de esa convulsión mayúscula, entre choques de aceros y cuerpos llenos de plomo, individuos intentan llevar adelante -cada uno- sus pequeñas e insignificantes historias. Pero por supuesto la melodía de esos personajes anónimos tuvo que sufrir algunos cambios -quizas drásticos- al estar mezclados en una sinfonía trágica de la que formaban parte sin necesariamente haberlo pedido.
Es así que de alguien puede pasar de prisionero a liberador, de académico a espía, de artista a traidor, de contrabandista a héroe. Las cricunstancias juegan con el destino de las personas. En una fracción de segundo, los reflejos y no así las acciones premeditadas deciden la suerte de los mortales. Se dice que el destino lo forja uno mismo. Tal vez en confabulación con los extraños eventos que nos rodean.
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