Der letzte Mann
Cada día cruza nuestro camino. A veces recoje los sacos de basura. Limpia el azulejo de los aromáticos baños. Vigila el frío vecindario por las noches. Quita la nieve de las interminables rieles. Engrasa el interior de unos trabajadores motores.
Otros días atiende la caja del atestado supermercado. Sirve el predecible menú del día. Reparte la aburrida correspondencia. Conduce el bus que inexorablemente se dirige al centro. Saca copias de una tonelada de textos cuya lectura tomaría algo más que una vida.
Alguna vez soporta el hedor de una dentadura careada. Lleva a cuestas un proceso plagado de inventos. Administra finanzas de un baron sin regla. Construye carreteras en un país de dementes. Enseña filosofía en una universidad de banqueros.
Pero de vez en cuando se introduce en el espejo, y puede demoler a quien no lo esperaba. Sobre todo a aquel que el día anterior no le miró a los ojos, no le dirigió una palabra ni le hizo una mueca que implicara una sonrisa. Y es que nadie queda exento, en algún momento la maquinaria hace uso de todos sus engranajes, del primero al último.
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