el país de los bolcheviques
Mr. West se interna en la jungla que su incontestable publicación le ha descrito, y que su lavable mente le ha hecho imaginar. No encontrará mas que malandrines y enemigos, en medio del hielo implacable que sólo responde a los deseos del invierno ruso.
Caos reinante y precariedad generalizada, expuestos ante los ojos de quien vive en la esfera reducida del progreso citadino norteamericano. A pesar de quedar reducido al ridículo, Mr. West sorprendentemente no encarna un insulto flagrante a las 50 estrellas. Aun faltan conflictos mayores para que nazcan temores más destructivos.
Pero no todo es simplemente tirar cañonazos al buque del frente. Existe una realidad hiriente que ni la propaganda es capaz de ocultar. Trasluce la miseria. Más allá de los panfletos, existe un submundo que se desarrolla lejos de las luminarias, y que seguirá desarrollando durante mucho tiempo más bajo las alfombras rojas de los ejércitos.
Propaganda de mas o de menos, resalta el naciente antagonismo. El retrato bolchevique, ridiculizado por los mismos bolcheviques es digno de atención. Poblados bigotes y abundantes pieles, aspecto salvaje y casi simiesco. La deformación del mujik. Pero del otro lado está el campirano incorregible, pistolero insensato, naive y maleable.
Cuando la revolución tiró por la borda la tradición e izó los pabellones rojos, ya tenía en claro que para buscar rival, tenía que atravesar algún océano. Mr. West está bordado en un molde tan estereotipado como el de los bolcheviques de sus revistas. Y sucede que la doble incomprensión, retratada como comedia y burlesque, en la realidad crearía cortinas de hierro, guerras frías y otro tipo de incongruencias.
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