Wooden Ships
Hoy no recibimos órdenes. Entre horror y horror alguien nos da derecho a una pausa. Me llevo unas bayas a la boca para disimular el hambre. El sujeto a mi derecha aprovecha para importunarme relatando la historia de sus hijas. El otro individuo articula dos o tres palabras cada hora y luego permanece silencioso, almacenando la quietud suficiente para contrarrestar el estruendo que vendrá mañana.
Hoy somos obreros que van puntualmente a su fuente de trabajo. Reparamos los mástiles que mañana serán quebrados, reforzamos el casco que será perforado por los cañonazos, limpiamos la cubierta que pronto cobrará un tinte sanguíneo.
A veces pienso en desatar esta barcaza. Dejarla flotar y seguir el curso del río. Tal vez así por lo menos ella se salva de nuestra determinación suicida. A veces quisiera que ella me lo pida, que me diga "me voy, no me necesitan".
El sargento nos dice que en la orilla del frente pueden haber espías. Su sacón es de un color distinto, para que cuando estemos frente a frente sepamos ultimarnos. Pero me pregunto que hay debajo del sacón. Tal vez hay un patriarca, o quizas un literato, o quien sabe, por qué no un lunático que traga algunas bayas mientras sueña que una barcaza lo invita a escaparse con ella.