Llega de traje y corbata, una de esas que está gastada por los años que permaneció fuera de actividad. El disfraz servirá para dar una mejor imagen, o por lo menos eso piensa. Con algo de ansiedad espera que el bus se apresure y que por una sola vez se olvide de los pasajeros que esperan disciplinadamente en cada parada. Lo peor sería llegar tarde. Entrevista y llegando tarde. Imperdonable. Baja del bus y busca las pistas que tendrían que señalarle el camino. Una venta de hamburguesas y una panadería industrial en la esquina . Todo parece encajar. Bingo, el edificio está allí, no puede haber error alguno.
Con una carga menos sube las escaleras. Prefiere olvidar el ascensor. Hoy los ascensores no son de fiar. Cada escalón hace sudar una gota adicional. No hace tanto calor. Diantres, ojalá no noten la agitación. Hay que mostrarse calmo, seguro, entero. Y ahí está la puerta. Abierta y se escuchan voces al interior.
Adentro el día pasa como cualquier otro, suenan los teléfonos, se discuten propuestas, se concentran sobre los monitores. Y de repente aparece en la puerta una figura desconocida, fuera de foco y tambaleante. Un sujeto instalado cerca de la puerta lo mira rápidamente y le hace una mueca que debe significar un saludo. Una segunda mirada repara en el disfraz. Delatado. Le dicen que el jefe está ocupado, lo atenderá en unos minutos. Le señalan una mesa larguísima que descansa en el fondo de la sala. Le dicen que se siente allí y espere.
El resto de la gente apenas se inmuta ante la presencia del extraño. Algunas muecas similares a la primera que recibió son lo máximo que llega a obtener de unos seres que no parecen tener tiempo que perder. Los minutos pasan y escucha las discusiones entre los empleados. No llega a comprender nada y se pregunta si todo fue un error.
Pero los minutos pasan y cuando su presencia ya es embarazosa, el jefe decide tomarse un descanso antendiéndolo. Lo que es café caliente para uno es te helado para el otro. La presentación planeada con dos días de anticipación se desmorona en el momento de la verdad y lo único que sale es un humilde recuento de actividades pasadas que no parecen revestir gran importancia. Luego viene el ataque de las preguntas con sabor a apedreo. Luego de cada respuesta se quiere tragar la lengua, cada palabra es inadecuada, sale fuera de tiempo, empaña aun más su pobre y minúscula imágen.
Si tan solo se dieran cuenta que los hoyos se pueden tapar, que todos comienzan con poco, que la única cosa que busca es una pequeña oportunidad. Pero la cara del jefe no muestra ningún color. Tal vez el gris. Diablos, otro fracaso.
-"Bueno, estaría disponible la siguiente semana para comenzar con nosotros?"-