retorno del anti-héroe
Cuando se gasta la historia romántica del solitario idealista y de su dama inmaculada, se tiene que recurrir a personajes y relatos de pueblo olvidado, de esos que se ahogan en un invierno insaciable, de días cortos y húmedos.
En lugar del valiente que se abre paso entre una muchedurmbre de forajidos pistoleros, el anti-héroe es un grosero jugador de poca suerte pero con ambiciones de negociante y administrador de saloon. Su dama no es la princesa de bellos modales sino una matrona escortada por un séquito de prostitutas. Ella y sus cortesanas no dudarán un instante en venderse por cinco billetes; saben que no están rodeadas por los caballeros de Camelot sino por una manada de mineros abandonados a su suerte entre la montaña y el bosque.
El anti-héroe no confrontará al villano cuando este se presente. Preferirá humillarse frente a su gente, y huir antes que levantar la frente. Tampoco será capaz de decirle a su dama que hay algo mas que monedas entre ambos, y que la poesía, cuál poesía? , la lleva dentro. O por lo menos eso cree. Y ella tampoco hará el esfuerzo por imaginar una historieta de hadas sin futuro posible. Su vida nunca saldrá del bordel, así que el único refugio será la pipa del opio.
El anti-héroe tal vez habrá cambiado a la comunidad de mineros miserables, tal vez haya tocado por primera vez el alma de su desdichada dama, tal vez haya despertado ansiedad en sus enemigos. Pero su destino está del lado de los insignificantes. Si obtiene alguna ganancia en su saloon, será para que se esfume o se la arrebaten. Si llega a sentir algo por su dama, nunca recibirá una respuesta. Si vence a sus enemigos, será dándoles un balazo por la espalda o en un movimiento inesperado.
Pero no, el anti-héroe no podrá festejar su victoria. Porque siempre terminará el día enjuagando su derrota. Su cuerpo quedará sepultado en la nieve de la agonía, ante la indiferencia de su gente y el olvido de su dama.