Thursday, December 01, 2005

ambulante

El plan ha sido desbaratado. Salgo de la estación un tanto decepcionado, maldiciendome y maldiciendo los imprevistos. Lo peor de un plan perfecto es que está diseñado por imperfectos. Por tanto resulta logico que tal perfección siempre sea suceptible de ser desmentida.
Una vez afuera, el sujeto de mi preocupación es un tanto menos abstracto: el aire frío de fin de otoño me hace recuerdo de la importancia de estar envuelto en telas y lanas.

Abatido moralmente y amenazado por una naturaleza hostil, comienzo mi marcha hacia algún lugar que -por supuesto- es una incógnita. Cruzando la calle de la estación mis temores se hacen mayores: rápidamente puedo advertir que solamente los taxistas y algún otro desubicado comparten conmigo la noche y la calle.

Vuelvo a maldecirme y ésta vez mis pies dan la orden de continuar la marcha. A medida que avanzo las calles se hacen mas desiertas. Ellas parecen descansar un poco, luego de todos los pisotones que reciben durante el día. Poco a poco comienzo a sentir cada vez con mas fuerza el sonido de mis zuelas al hacer contacto con los adoquines. Ritmo extraño, de alguien que no camina tranquilo pero tampoco apurado, ritmo de los que deambulan.

Cada cruze, una decision al azar. Izquierda o derecha significan lo mismo. Vitrinas, bancos, plazas, museos, comercios y casas, muchas casas, me observan errante. Yo me detengo cada cierto tiempo, observo aquellos detalles que normalmente se esconden. De cuando en cuando una luz prendida llama mi atención, murmullos y risas se dejan escuchar. Me hacen recuerdo que no soy el único ser humano en ese momento, sino que todos están refugiados mientras esta parte del mundo se oculta del sol.

Empieza a hacer mucho frío. Mi respiración se nota cansada y la escucho fuertemente. Mis manos exigen entrar en los bolsillos para encontrar algo de calor. Cada vez que me detengo las piernas sienten la brisa helada. Debo continuar, detenerse es suicida.

Llego a un punto por el que ya pasé tres veces. Soportar la idea de repetir mis pasos no es una opción. Sin pensar, cambio de ruta y me dirijo a ciertos parajes mas sombríos y descuidados. El nuevo camino me hace recuerdo a las imágenes estándares de barrio bajo, aunque probablemente el atribulado estado de mi mente me hace ver visiones. Extrañamente en éste nuevo submundo empiezo a detectar mayor movimiento, y el sonido de mis pasos es acompañado con más frecuencia. Un hombre, viejo y ebrio está hablando consigo mismo. Me mira y me dice algo ininteligible. Le doy la hora, tratando de adivinar su pregunta. El viejo se dirige ahora a una mujer que aprece. La mujer, gorda y mamarracha, le responde con una voz varonil con la jerga de las grocerías y se aleja.

Unas cuantas palabras me devuelven algo de conciencia. Al ver a esos dos personajes ruerdo nuestra vulgaridad. Pareciera que la única diferencia entre una y otra gente es el tipo de amaestramiento que han recibido. No importa la nación, la época, el ser humano sigue siendo una de las bestias. Un setimiento de repugnancia me invade y me ordeno huir de ese sitio.

Mis pasos apurados me llevan al centro de la ciudad. Luego del laberinto del centro antiguo llego al río. Extrañamente el frío no se siente tanto por unos instantes. En uno de los puentes-plaza, me detengo y observo la ciudad a las 3 de la mañana. El cielo es blanco, pero obscuro. Obscuro por la noche, blanco por las nubes que tal vez traigan lluvia al día siguiente.
El río está tranquilo y apenas se escuchan sus aguas. Algunos cisnes deambulan. Por primera vez escucho la voz del cisne, lleno de vida aún en el frío de la madrugada.

Ante mi posan imponentes las catedrales. Cada 15 minutos me despiertan recordándome la hora. Frente a frente parecen entonar un canon. Me hace olvidar por un momento las pequeñas penurias. A unos metros de distancia, unos taxistas comparten un café. Más allá un solitario cruza uno de los puentes. Tres muchachos ebrios caminan a lo lejos. Todos aprovechan de la noche.

La noche parece infinita. Es el último recurso de los que creen que las horas del día reducen su duración caprichosamente. La noche es un lugar de encuentro. Guarda un sitio para quienes buscan la intimidad suficiente para confesarse temores y secretos. La noche es suficientemente callada para escuchar a quienes se desahogan y para no inquietar el pensamiento de los perturbados. La noche es suficientemente obscura para ocultar las ideas que distraen y confunden. La noche busca la compañía de los solitarios y los vagabundos.

El frío se hace nuevamente insoportable. Me refugio en una plazuela cercana. Aún tengo la mirada sobre el río. Introduzco los pies dentro de mi saco, en posición fetal. Mi mente está en el limbo entre la conciencia y la fantasía de los sueños. Durante cada segundo que pasa puedo contar mi vida entera. Estoy perdiendo la noción de la realidad. Solamente el coro de las catedrales impide que caiga irremediablemente dormido.

Son las 5 de la mañana. Aún no hay rastros de luz. Unos cuantos ciclistas comienzan a aparecer. Me levanto y emprendo la marcha a la estación. El primer tranvía cruza por mi camino. Un café se encarga de devolverme la vida. Danke. El primer tren de la mañana ya está listo. Estoy adentro y las puertas se cierran. Misión cumplida.

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